lunes, 21 de marzo de 2011

Para disfrutar...

Les dejo un slide de Jacek Yerka.

Dos cuentos

Dos cuentos de Nasruddin

I

Un día, Nasruddin se hallaba en la Corte. El rey se lamentaba de que sus súbditos eran mentirosos.

- Majestad –le dijo Nasruddin -, hay dos clases de verdad. La gente ha de practicar la verdad real antes de poder usar la verdad relativa. Pero siempre lo hace al revés. El resultado es que se toma libertades con su verdad ficticia, porque sabe instintivamente que es sólo una invención.

El rey creyó que esto era demasiado complicado.

- Una cosa ha de ser verdadera o falsa. Yo obligaré a la gente a decir la verdad, y con esta práctica se acostumbrarán a no mentir.

Cuando al día siguiente se abrieron las puertas de la ciudad, una horca había sido erigida frente a ellas, y a su lado se encontraba el capitán de la guardia real. Un heraldo anunció:

- Quienquiera que entre en la ciudad ha de contestar primero la verdad a una pregunta que le formulará el capitán de la guardia.

Nasruddin, que había estado esperando fuera, entró el primero. El capitán habló:

- ¿Adonde vas? Dime la verdad o serás colgado.
- Voy – dijo Nasruddin – a morir colgado en esa horca.
- ¡No te creo!
- Muy bien. Si he dicho una mentira, ¡cuélgame!
- ¡Pero esto lo convertiría en verdad!
- Exactamente – dijo Nasruddin -, en tu verdad.


II

Nasruddin solía cruzar la frontera todos los días, con las cestas de su asno cargadas de paja. Como admitía ser un contrabandista cuando volvía a casa por las noches, los guardias de la frontera le registraban una y otra vez. Registraban su persona, cernían la paja, la sumergían en agua, e incluso la quemaban de vez en cuando. Mientras tanto, su prosperidad aumentaba visiblemente.

Un día se retiró y fue a vivir a otro país, donde, unos años más tarde, le encontró uno de los aduaneros.

- Ahora me lo puedes decir Nasruddin – le interpelo -. ¿Qué pasabas de contrabando, que nunca pudimos descubrirlo?

- Asnos – contestó Nasruddin.

domingo, 20 de marzo de 2011

Spinoza: Pasiones alegres y pasiones tristes.

En su Ética, Baruch Spinoza define a la alegría como la pasión mediante la cual el alma accede a una mayor perfección; la tristeza, en tanto, es una pasión que conduce al alma a una perfección menor. Estamos atravesados por estas pasiones o afectos tristes y alegres. Es importante señalar que Spinoza no se refiere a la alegría en sí, sino al desarrollo de la potencia de ser, que es el amor; a la relación y a la solidaridad con los otros que se enlazan con el despliegue del deseo.

Las pasiones tristes, por otra parte, son las que retrotraen la potencia de ser y se vinculan con la melancolía, la depresión y la culpa paralizante.

La relación con uno mismo no está por fuera de la relación con los otros.

Si alguien ha hecho algo que imagina afecta a los demás de alegría, será afectado de una alegría acompañada de la idea de sí mismo como causa; o sea, se considerará a sí mismo con alegría. Si, por el contrario, ha hecho algo que imagina afecta a los demás con tristeza, se considerará a sí mismo con tristeza” (Spinoza).

El cuerpo de cada sujeto está en relación con el de los otros.

Spinoza rompe con la división cartesiana entre alma y cuerpo. Él no las concibe como categorías separadas: el alma puede ser una representación del cuerpo. Y se asombra de la fuerza que éste tiene. En pasión y en acción, sostiene este filósofo, “nunca se sabe lo que puede un cuerpo”. De este modo, él le otorga un lugar impensado en la filosofía occidental hasta ese momento.

Así, el alma no está por encima, está “con” el cuerpo.

En este marco, no podemos desarrollar nuestra potencia si nos concebimos divididos en cuerpo y alma, pero tampoco si estamos separados de los demás.

Este planteo supone una realidad relacional pues concibe al ser humano como un cuerpo en relación, no recortado de los otros.

El encuadre de Spinoza acaba con la disociación alma-cuerpo y también con la de sujeto-objeto: el sujeto forma parte del conjunto de la naturaleza, que el filósofo llama Dios. Dios es la naturaleza y todos tenemos a Dios como naturaleza dentro de nosotros, pues todos estamos constituidos por la misma sustancia.