domingo, 24 de abril de 2011

¿Cuándo y cómo tomar rescue remedy?

El rescue remedy es una fórmula floral creada por Bach para situaciones de emergencia, para crisis tanto emocionales como físicas.

Es indicado en situaciones de shock, antes, durante y después de una intervención quirúrgica, ante malas noticias, duelos, pérdidas, en crisis de hipertensión y de hipotensión, en momentos de gran stress o de gran malestar. Estimula el crecimiento en etapas evolutivas, y funciona como catalizador, aclarando el panorama en una situación de desborde, proporcionando calma y estabilidad.

Está compuesto por: Clematis, Cherry Plum, Impatiens, Rock Rose y Star of Bethlenhem.

Clematis nos conecta con la tierra, Cherry Plum nos ayuda a aliviar la sensación de descontrol, Impatiens aumenta nuestra capacidad de tolerancia y disminuye nuestra impaciencia, Rock Rose nos proporciona calma en momentos propensos al pánico y S. of Bethlehem nos aporta paz en situaciones de pérdida.

En caso de crisis aguda se pueden realizar tomas-se colocan 4 gotas bajo la lengua- cada 10 minutos durante una hora, espaciar a 20 en la segunda, a ½ hora, a 1 hora y seguir espaciando gradualmente. Nunca se debe interrumpir de forma abrupta.
También se puede utilizar pulverizando el cuerpo y el ambiente, o en el baño, agregando 20 gotas en la bañera.

Yo recomiendo tener siempre en casa un frasco concentrado de rescue que se consigue en algunas farmacias.

Para preparar el rescue que vamos a utilizar, basta llenar un frasquito de 30ml, hasta casi la mitad, de agua mineral sin gas, llenar un octavo aproximadamente del frasco con brandy, que funciona como conservante, y por último 4 gotas de concentrado de rescue.

lunes, 18 de abril de 2011

¿Cuáles son nuestros derechos como pacientes?

La ley 26529, sancionada en noviembre del 2009, es muy clara al respecto.

En su artículo 2 enumera nuestros derechos como pacientes: asistencia, trato digno y respetuoso, intimidad, confidencialidad, autonomía de la voluntad, información sanitaria e interconsulta médica.

El derecho a la asistencia significa el derecho del paciente a ser asistido por los profesionales de la salud, sin menoscabo y distinción alguna, producto de sus ideas, creencias religiosas, políticas, condición socioeconómica, raza, sexo, orientación sexual o cualquier otra condición.

Un trato digno y respetuoso implica tener en cuenta sus convicciones personales y morales, principalmente las relacionadas con sus condiciones socioculturales, de género, de pudor y a su intimidad.

La ley contempla la autonomía de la voluntad, es decir que el paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos

Información Sanitaria. El paciente tiene derecho a recibir la información sanitaria necesaria, vinculada a su salud. El derecho a la información sanitaria incluye el de no recibir la mencionada información

Interconsulta Médica. El paciente tiene derecho a recibir la información sanitaria por escrito, a fin de obtener una segunda opinión sobre el diagnóstico, pronóstico o tratamiento relacionados con su estado de salud.

El paciente debe tener una historia clínica, informatizada.

En el artículo 14 establece que el paciente es el titular de su historia clínica. A su simple requerimiento debe suministrársele copia de la misma, autenticada por autoridad competente de la institución asistencial.

La historia clínica debe ser inviolable, los establecimientos asistenciales, ya sean públicos o privados, tienen a su cargo la guarda y custodia.

Es necesario que el paciente consienta, verbalmente o por escrito, antes de iniciar un tratamiento. Para eso, primero se lo debe informar en forma clara acerca de su estado de salud, del tratamiento propuesto, de sus beneficios y riesgos, y de tratamientos alternativos. Sólo en casos de emergencias o situaciones que impliquen un grave peligro para la salud pública, se puede exceptuar el consentimiento informado.

domingo, 3 de abril de 2011

Modelos de salud.

“Hay una grieta en todas las cosas.
Así es como entra la luz”.

Leonard Cohen


Modelos de salud


Somos seres complejos, viviendo en un mundo complejo.

Nuestro sistema nervioso tiene entre 22.000 y 100.000 millones de neuronas, dependiendo del género y de la edad.

Si cada neurona tiene un promedio de 10.000 contactos sinápticos, pensemos el número de sinapsis que resulta si multiplicamos este promedio por la cantidad de neuronas que poseemos. Esto se manifiesta en una gran capacidad de resistencia y adaptación a diferentes situaciones.

Las emociones también son protagonistas en nuestras vidas. El estado afectivo está relacionado muchas veces con la aparición y evolución de enfermedades. Hace ya muchos años que la medicina ha comprobado la intervención de las emociones en enfermedades como el asma, la psoriasis y la úlcera gastroduodenal. No podemos explicar la aparición de una enfermedad sólo a causa de los microbios o por la predisposición genética: si bien éstas son condiciones necesarias, no son suficientes. El estado afectivo del paciente está relacionado con sus defensas y puede proporcionar un terreno fértil para que una enfermedad evolucione.
También nos conforma la sociedad en la que vivimos, la cultura en la que estamos inmersos. No somos seres independientes; desde el momento en que nacemos dependemos de otro para sobrevivir. No podemos concebirnos aisladamente. Ya Aristóteles decía que "El ser humano es un ser social por naturaleza (…) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios."

Sin embargo, hoy nuestra cultura promueve la ruptura de los lazos sociales e incentiva el individualismo, en tanto concibe a la autonomía como un índice de salud mental.

La investigación médica llega niveles nunca antes alcanzados gracias a las nuevas tecnologías, que así aplicadas conllevan una gran deshumanización.

Se profundiza el estudio del cuerpo, que resulta de este modo un mero recipiente que contiene la enfermedad; ésta, así, se despersonaliza. Los médicos casi no tienen formación humanista.

Se vive más pero no mejor.

Se imponen criterios cuantitativos: todo es medible, se ordena en grillas y se etiqueta.

El DSM, que clasifica las diferentes patologías de pretendida validez universal, funciona como una versión moderna del lecho de Procusto.

Se disciplina lo real y se lo ordena, pretendiendo desterrar así paradojas o incertidumbres.

Éste es el modelo hegemónico hoy, en Occidente, que con su visión del mundo instituye maneras determinadas de pensar la enfermedad.

Pero no hay sólo un tipo de medicina: este modelo constituye solamente una práctica médica que pretende tener validez universal, basada en el utilitarismo, en la generalización, en la sobrevaloración del dato cuantitativo, en un excesivo tecnicismo, en la fragmentación. Así, se convierte en un conocimiento que se separa de la experiencia y pierde su capacidad reflexiva, quedando al servicio del mercado.

Occidente se ha manejado con una lógica binaria etnocentrista que niega la diversidad; al oponer los saberes académicos a los populares produjo una jerarquización que opera sutilmente como disciplinadora.

La razón no es inherente al pensamiento: ha sido inventada, es una construcción sociohistórica que se convirtió en eje y fundamento de la cultura occidental. (Chatelet)

Ésta se concibe a sí misma como universal, racional y verdadera. La visión que corresponde a este modelo es la esperanza de un mundo mejor basado en el progreso guiado por la razón.

Esa visión hoy ya no se sostiene; el futuro se percibe como amenazante.

Mientras escribo esto, en Japón hay emergencia nuclear, como consecuencia de un terremoto y posterior tsunami.

En Europa, por primera vez en muchos años, los jóvenes creen que vivirán peor que sus padres.

Vivir en crisis ya es lo cotidiano, es la forma de vida. Estamos dominados por las pasiones tristes, pasamos de creer en nuestra omnipotencia a sentirnos impotentes ante la complejidad del mundo en el que vivimos.
Frente a este panorama, nuestro desafío actual es poder corrernos de las etiquetas y defender la multiplicidad; conectarnos con nuestros deseos y poder desarrollar nuestra potencia; permitirnos transitar nuestras debilidades, incertidumbres y contradicciones.

Y atrevernos a generar vínculos pese al mandato disciplinante de autonomía, crear desvíos a lo hegemónico y recuperar el concepto de comunidad –que es lo común con los otros, con el entorno y con nosotros mismos– respetando la multiplicidad.